El invitado de hoy: Simónides de Ceos (556 ac. - 468 ac.)
En Tesalia hubo hace mucho un típico arribista llamado Scopas, organizó un banquete e invitó al poeta Simónides de Ceos, conciente de que este escribiría un homenaje a su anfitrión y así ocurrió. El poema en cuestión cantaba lo típico: la generosidad de Scopas, la hospitalidad de su casa, lo guapa que era su mujer, etc. Pero Simónides añadió unas estrofas en honor a Cástor y Pólux. Con esto, el dueño de casa quedó un poco picado y le dijo que, ya que el debía compartir el homenaje con los dioscuros era también justo que él compartiera su pago con ellos, Simónides recibiría sólo la mitad.
Poco más tarde, un criado anunció que dos hombres jóvenes querían hablar con el poeta y Simonides salió al patio. Cuando llegó al jardín, los visitantes no estaban, entonces el poeta se devolvió al salón sólo para escuchar cómo el techo se desplomaba sobre la concurrencia, aplastándolos a todos. Los dos jóvenes -Castor y Polux, obvio- habían pagado su mitad salvando al poeta de la muerte. Los cadáveres estaban tan hechos papilla que los familiares no podían identificarlos, por suerte, Simonides recordaba donde estaba cada uno, así, los reconoció.
En Tesalia hubo hace mucho un típico arribista llamado Scopas, organizó un banquete e invitó al poeta Simónides de Ceos, conciente de que este escribiría un homenaje a su anfitrión y así ocurrió. El poema en cuestión cantaba lo típico: la generosidad de Scopas, la hospitalidad de su casa, lo guapa que era su mujer, etc. Pero Simónides añadió unas estrofas en honor a Cástor y Pólux. Con esto, el dueño de casa quedó un poco picado y le dijo que, ya que el debía compartir el homenaje con los dioscuros era también justo que él compartiera su pago con ellos, Simónides recibiría sólo la mitad.
Poco más tarde, un criado anunció que dos hombres jóvenes querían hablar con el poeta y Simonides salió al patio. Cuando llegó al jardín, los visitantes no estaban, entonces el poeta se devolvió al salón sólo para escuchar cómo el techo se desplomaba sobre la concurrencia, aplastándolos a todos. Los dos jóvenes -Castor y Polux, obvio- habían pagado su mitad salvando al poeta de la muerte. Los cadáveres estaban tan hechos papilla que los familiares no podían identificarlos, por suerte, Simonides recordaba donde estaba cada uno, así, los reconoció.