05 noviembre, 2018

"No puedo ver el mar por mucho tiempo, o lo que pasa en tierra pierde todo interés para mí".



En una entrevista realizada para un perfil publicado en el New York Times, Anne Carson fue interrogada sobre el final de Red Doc>. Sam Anderson, el periodista que la entrevistaba, le dijo que la muerte de la madre de G. le pareció terrible y ella respondió: "De algún modo escribí ese libro sin tener una relación con él". Días después, Anderson le preguntó como podía ser posible eso y ella le envió el siguiente email:

SA

1 una partícula es una cosa en sí misma, una ola es una molestia para algo más. probablemente a las olas mismas nada les moleste.

2 hay algunas partículas bien grandes en Red Doc> — de información (hielo), de dolor (madre), de carácter caprichoso (mente de buey almizclero) — pero para cuando las había escrito ya me había trasladado a la condición de ola.

3 quizás solamente estoy diciendo que soy una vieja jodida.

4 acuérdate de Monica Vitti diciendo: No puedo ver el mar por mucho tiempo, o lo que pasa en tierra pierde todo interés para mí.

ac

*

SA

1 a particle is a thing in itself. a wave is a disturbance in something else. waves themselves are probably not disturbed.

2 there are some big particles inside Red Doc> — of information (ice), of grief (mother), of caprice (musk ox mind) — but by the time i wrote them down i had moved out to the condition of wave.

3 maybe i’m just saying that i’m a tough old bugger.

4 remember Monica Vitti saying, I can’t watch the sea for a long time or what’s happening on land doesn’t interest me anymore

ac


02 noviembre, 2018

Un amigo y su muerte


Hace un año y medio me vi ganar años o madurez de golpe. En apenas dos meses la muerte de mi padre y un amigo sumaron toneladas de dolor a mi corazón. Y no fue por falta de familiaridad con la muerte. Recordé esto mientras traducía 'Stand Up', un texto de Hannah Wilke. Un recuerdo, un amigo convocado por algo nada que ver, como siempre.

Quiero hablar de la muerte de este amigo. Esto fue el 11 de marzo, un día soleado en que estaba en mi casa de duende junto al convento de las carmelitas descalzas encerrado escuchando música. Había pasado un año desde la última vez que habíamos hablado, creo. Venía desde el 2014 muy disminuido por problemas al corazón, un corazón que cargaba con haber visto de cerca, demasiado cerca, el derrumbe del sueño de la historia del pueblo de Chile.

El 2007 me escribió un email: “Rodrigo, acabo de revisar su pagina, y me encuentro agradablemente sorprendido, contácteme. Saludos”. Yo por entonces llevaba un sitio de música chilena y él me propuso hacer otro donde pusiéramos todo su trabajo disponible de manera gratuita. Me pareció un gesto audaz y muy en sintonía con lo que pasaba en el mundo de la música por entonces. No estaba interesado en la reedición de su catálogo, tampoco en los intentos de terceros por escribir su biografía o armar libros de entrevistas. No estaba interesado en levantar su propio mito, pero para mí era un mito viviente.

Pienso que esa humildad surgía de haber tenido tres maestros tan imposiblemente maravillosos como fueron Isaías Ángulo, Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui. ¿Cómo ser artista, cómo escribir con esas sombras enormes a las espaldas?

Fui criado con sus canciones, las de su hermana y las de su madre. Quizás por eso, cuando nos sentamos por primera vez en un restorán peruano a tomar pisco sour, sentía que cada palabra que decíamos quedaba inscrita en el registro permanente de los duendes de la historia, o algo así (es la segunda vez que uso la palabra duende). Atesoro las tardes larguísimas en su casa de la calle Pedro Lira tomando vino blanco bajo la mirada tolerante de Ruth, mientras lo estrujaba con preguntas sobre afinaciones de guitarra popular y sobre cómo había escrito y grabado los discos que empezó a grabar desde los quince años.

Nunca tomé notas ni grabé nada, solo traté de prestar atención, toda la que podía. Y ahora, pasado un año y medio de su muerte, solo puedo evocar con pesar su presencia y su ternura de padre o abuelo cuando le conté porqué en mi familia no había abuelos. Me quiso alojar la primera vez que visité París el 2012. Le agradecí y le dije que había pagado una habitación, aunque no era cierto. No quise molestarlo en su intimidad. Nos juntamos a tomar unas copas en un bistrot que quedaba a unas tres cuadras de su casa. Lo recuerdo riéndose de mi conocimiento de estrategia militar romana a pito del nombre de la calle en que vivía y diciendo que sería un cuadro valioso. Me escuchaba y me daba consejos, qué más puede uno pedir.

Siento su presencia cuando escucho algunos discos suyos. Quizás el más potente en ese sentido es "Guitare populaire du Chili", que según creo fue grabado en parís en 1978. Los primeros acordes de El joven Sergio o Tres palabras, ambas originales de Violeta Parra, me desarman y me recuerdan cómo alargábamos las horas de conversación y las tardes de los veranos que pasaba en Santiago. Ese es mi disco favorito suyo, nunca le dije eso. Sí le dije cuáles eran más importantes para mí, "Al Mundo-Niño, le canto" y "Cuando amanece el día", por haberlos escuchado cuando niño, como si hubiesen sido escritas para jugar. Hace poco tuve el placer de mostrarle 'El Manuelito chileno' al hijo de unos amigos que tiene cuatro años y no podía creer que existía una canción para él. 

Hace menos de un año escribí un poema sobre el amor y la muerte pensando en mi padre, era un poema sobre leer los cuerpos amados y todo lo que nos rodea como hacen los perros con los postes de luz y las abejas con las flores. Pienso ahora en el valor que adquiere cada segundo que pasé con la gente que amo y que ahora no está, pienso en la importancia de escuchar. Me propongo hacerlo más y más, como un acto de amor. Pienso ahora que ese poema se extiende a mi amigo Ángel y a todo lo que había en su voz la última vez que hablamos por teléfono, lo que calló cuando nos despedimos.