Lunes 25 de abril, 2005
Primera lluvia del año y acabas de entrar a tu casa. Vienes caminando desde Santa Rosa con 10 de Julio. En un cuaderno del año pasado encuentras una anotación que cita un poema de Verlaine, era la primera lluvia del año pasado. El caso es que hoy los rayos se dejan caer con suavidad sobre las antenas de televisión y las palmeras del psiquiátrico. Al mismo tiempo, en otro hospital, languidece (él se va a reír de esa palabra) uno de tus más queridos amigos. Es tu primera visita al hospital Barros Luco, en el metro El Llano. El olor del hospital te recuerda una época en que ibas con tu madre a un consultorio en Puerto Montt a buscar kilos y kilos de leche en polvo para llevarlos a la población Bernardo O Higgins. En la cama de al lado de Javier hay un muchacho de unos veinte años intoxicado con remedios, le ha crecido un herpes que va desde sus labios hasta el fondo de su tráquea. Javier está en una cama blanca que, por todos lados tiene estampado un número tres, sobre un velador tiene cassettes, libros y revistas de rocanrol. Javier lee El mercader de Venecia, piensas que ojalá lea los libros de Virginia Woolf y Allen Ginsberg que le llevaste, sobre todo porque no somos nuestra piel mugrienta, pero no hay caso, hoy los relámpagos se descuelgan sobre las palmeras y los girasoles. Mientras escribes esto Víctor y Christian corren de un lado a otro de la casa para ver los rayos. Tú fumas sentado en el suelo, piensas que esta es recién la primera lluvia del año y, sin querer, recuerdas que el rayo es timonel de todas las cosas.