Yo
puedo pronunciar tu nombre hasta perder el conocimiento, hasta olvidarme de mí
mismo; hasta salir enloquecido y destrozado, lleno de sangre y ciego a perderme
en las suposiciones y en las alucinaciones más torturantes. Todo me persigue
con tu nombre. Tu imagen aparece a cada instante debajo de todas las imágenes,
de todas las representaciones.
Nada
puede hacerme sufrir más que el espectáculo del amor. Yo solo, frente al mundo,
fuera del mundo, en el mundo intermedio de la nostalgia fúnebre, de las aguas
maternas, del gran claustro, del paraíso perdido; frente a ti lejos, tan lejos
que ya nada puede salvarme, ni la muerte.
Me
has arrojado por debajo de mí mismo: las palabras se van acumulando; hay
palabras de las que ya no se vuelve, que se abre una brecha por la que se
introducen el veneno y la tristeza de muerte; la desolación total, la soledad,
el abandono definitivo.
Encerrado
dentro de mí, solo con el recuerdo que me persigue noche y día sin reposo. Ya
no puedo acordarme de cuando sonreías, ahora apareces alejándote y con una
mirada que yo no hubiera querido conocer. Ya sé todo lo que nunca hubiera
querido saber, lo que algunos hombres conocen solamente pocos instantes antes
de su muerte. Y debo seguir viviendo sin esperanza, sin estímulo sin ese
pequeño espacio de refugio, de descanso que todos necesitamos. Quizás más que
nadie tenía necesidad yo de una tabla de salvación, de una última apariencia
engañosa de la vida para seguir adelante, para salvarme de mí mismo y de la
conciencia que del mundo y de la vida he tenido desde que pude darme cuenta de
la vida.
Ahora,
dónde ir, dónde volver la cara, a quién contar lo que puede sufrir un ser
humano que a veces desconozco y que siento como un extranjero enloquecido
dentro de una casa vacía. Qué puede reservarme la vida sino la repetición
constante de un solo instante, del más amargo de los instantes. Cada nuevo día
que viene no hace sino traerme la misma desesperación; mi primer pensamiento,
al despertar, eres tú; el último, al dormir, eres tú. Y mi sueño no es sino una
angustiosa búsqueda de ti. Sueño que te vas, que me abandonas, como si pudiera
abandonarse algo que nunca se ha aceptado. Porque tú nunca me has aceptado,
nunca has querido saber nada de mí. Apenas llegaste, ya no pude ver nada, salí
despavorido tras de ti y así he continuado.
Ojalá
fuera verdad el mito del alma que se vende al diablo. Ya la hubiera yo vendido
por toda una eternidad para estar más cerca de ti, para tener la seguridad de
verte siempre. Lo que me aterroriza de la muerte es saber que entonces no podré
pensar en ti, que ya no vendrá tu recuerdo a torturarme; que mi ternura, mi
pobre ternura rechazada no podrá envolverte en una mirada, en un anhelo
infinito.
El
cielo es azul, la vida es hermosa, el aire se vuelve respirable porque existes.
Yo sé que la vida es hermosa aunque no la recuerdo, sé que el cielo es azul
aunque no lo miro nunca, sé que puede ser más azul que nunca cuando tú sonríes.
Tu sonrisa es lo más bello y humano que yo conozca. Cuando sonríes parece que
todas las montañas del mundo tuvieran sol y árboles y que viniesen a tu
encuentro a besar las huellas de tus pasos; parece que la noche se hubiera
acabado para siempre y que ya solo la luz y el amor y una inocencia cósmica
reinaran sobre el universo, donde los planetas y los astros no pueden
compararse a ti sino como reflejos o emanaciones de tu presencia en el mundo.
Ya que en tu poder está volver sombrío el día y hacer clara la noche y
desencadenar lluvias tempestuosas y hacer gemir los elementos, ¿por qué no
quieres transformarme en un pedazo de tu sombra, o en tu aliento o simplemente
en una partícula de tu pensamiento? Si no quieres salvarme condéname a una
muerte fulminante, condéname a la desaparición total, pero que no siga esta
larga angustia, ese temor de cada día, de cada hora. Haz que vuelva al origen
de mi vida, a la nada, y no vuelvas a crearme ni a traerme nuevamente a la vida
ni siquiera bajo la forma de una piedra; aun así tendría la nostalgia
insaciable de ti, la memoria de tu recuerdo. Dispérsame en el aire o en el
fuego o en el agua o mejor en la nada, fuera del mundo.
Sólo
pido a la vida que nunca me deje un momento de reposo, que mientras haya un
soplo de vida en mí, me torture y me enloquezca tu recuerdo, que cada día se me
haga más odiosa tu ausencia y que por una fuerza incontenible me llegue a
encerrar en una soledad que no esté habitada sino por tu presencia. Ya no sé
quién soy ni quién fui antes de conocerte. ¿Acaso yo existía antes de
conocerte? No, no era sino el reflejo de la luz que iba llegando, de tu
presencia que se acercaba. Persígueme, tortúrame, maldíceme, pero no me
abandones a mi propia desesperación. Trata de comprender los sentimientos de un
ser mortal que te venera, que siente un ansia irracional de confundirse
contigo, que no conoce de la vida otra cosa que lo que tú le has enseñado; que
sabe que el día es un largo período de siglos que parecen un instante cuando tu
presencia se manifiesta; el resto del tiempo es noche. Manifiéstate a mí bajo
tu apariencia humana; no tomes el aspecto de sol o de la lluvia para venir a
verme; a veces me es difícil reconocerte en el rumor del viento o cuando en mis
sueños adquieres el aspecto demasiado violento de una enorme piedra de basalto
que rueda por el espacio infinito sin detenerse y me arrastra a la desolación
de las playas muertas que la planta del hombre no había hollado aún; playas todas
negras en que una montaña que ocupa todo el horizonte sostiene una reproducción
del tamaño del cielo de tu cabeza tal como yo la conozco, tu cabeza rodeada de
centellas y que despide un fuego tan terrible que a veces se propaga hasta las
nubes e incendia el mundo. Pero basta el movimiento imperceptible de uno solo
de tus músculos, el más pequeño para que todo vuelva a ser como nosotros
creíamos que era, antes de que tu presencia se manifestara al mundo y antes de
que yo fuera el primero y el último de tus adeptos, oh espíritu nocturno.
Abrásame
en tus llamas poderoso demonio; consúmeme en tu aliento de tromba marina,
poderoso Pegaso celeste, gran caballo apocalíptico de patas de lluvia, de
cabeza de meteoro, de vientre de sol y luna, de ojos de montañas de la luna.
Gran vendaval, dispérsame en la lluvia y en la ausencia celeste, dispérsame en
el huracán de celajes que arremolina tu paso de centella por la avenida de los
dioses donde termina la Vía Láctea que nace de tu pene.