Entramos a un pueblito, por Lanco, entre Villarrica y... no me acuerdo como se llama. Después de la función del circo me fui a un cabaret. Cuando me vio entrar un músico que había allí, que después supe que se llamaba Oscar Bravo, pero le decían el Tatá. Me vio con la guitarra abajo del proscenio y me dijo: "Ya pues compañero, suba usted acá, me tiene que ayudar. Está malo el piano, está desafinado. Lo tocan poco. Yo tengo una guitarra, pero toco poco la guitarra". Bueno, le dije yo al Tatá, y subí. Él le pegaba poquito a la guitarra. Salvó la noche. Tomamos harto trago. Después me convidó a comer. Cuando había que irse, me dijo: "¿Pa' dónde se va a ir? ¿pa'l sur? No se vaya na', yo tengo una linda cama. Ya que usted parece que hace tiempo que no duerme en una buena cama. Vamos".
Llegamos a la pieza. Me trajo agua y me lavó los pies. ¡Qué buen amigo era! ¡Me lavó los pies! Debe haber sufrido mucho. Era muy torrante, pero sabía... Me lavó los pies y me puso calcetines limpios. Al otro día me fui para el circo. Y después, al salir, cuando nos vinimos camino al cabaret, me dijo: "Yo me voy con ustedes en el circo". Marchó con nosotros en el circo, Oscar Bravo: el Tatá. Nos hicimos muy amigos. Después tuvimos un boche, y yo me quedé en un pueblo, con el circo. El me dijo: "Vamos a Puerto Montt, tengo unos cortes de género allá y una plata. Nos mandamos a hacer un terno cada uno...". Yo le dije: no voy.