21 diciembre, 2014

Peter Matthiessen en The Paris Review



ENTREVISTADOR
¿Puede decirnos precisamente por qué prefiere escribir ficción?

MATTHIESSEN
Escribir no-ficción se parece a dar forma a un mueble. Puede ser elegante y muy hermosa pero jamás llegará a ser escultura. Prisionera de los hechos—o de las formas predeterminadas—no puede volar. Con la excepción de aquellos maestros que trascienden su arte—grandes artesanos del Medioevo y el Renacimiento, por ejemplo, o artistas anónimos de culturas tradicionales tan lejanas como las cavernas que albergaron artistas espontáneos e inconscientes.
Tal como el escritor de ficción, el autor de no-ficción está contando una historia y, cuando esa historia está bien construida, la ubicación de detalles y eventos no es nunca casual. Las partes no se encuentran dispuestas en una línea sino en un círculo completo, como en un collar, para detonarse las unas a las otras. Resuenan y se reviven las unas a las otras, encendiendo en el lector un efecto acumulativo. Un buen ensayo, o un buen artículo, puede y debe tener todos los atributos de un buen cuento, incluyendo el diseño y la estructura, el ritmo y la ubicación efectiva de sus partes—todos los atributos de la ficción, menos la imaginación creativa, a la cual nunca debe permitírsele amenizar los hechos.
El autor de no-ficción está entrampado con la realidad objetiva, o debería estarlo; cómo los hechos son dispuestos y presentados es donde el oficio se hace manifiesto, y puede ser deslumbrante cuando estamos ante un buen escritor. La mejor no-ficción tiene muchas, muchas virtudes, entre las cuales la simple franqueza es, quizás, la principal, aunque la fidelidad a los hechos conocidos sea su fatal limitación.
Como todo lo que uno hace con sus propias manos, escribir buena prosa de no-ficción puede ser una labor profundamente satisfactoria. Aun así, tras un día de ordenar mi investigación, mi puñado de hechos, me siento rancio y drenado, mientras que la escritura de ficción me energiza. En lo profundo de una novela, uno apenas sabe qué puede aparecer, mucho menos de dónde eso proviene. Al abandonarnos a la libre creación de algo nunca contemplado sobre la tierra, uno se siente delirante con un extraño deleite.

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INTERVIEWER
Can you say precisely why you prefer writing fiction?

MATTHIESSEN
Nonfiction at its best is like fashioning a cabinet. It can be elegant and very beautiful but it can never be sculpture. Captive to facts—or predetermined forms—it cannot fly. Excepting those masters who transcend their craft—great medieval and Renaissance artisans, for example, or nameless artisans of traditional cultures as far back as the caves who were also spontaneous unselfconscious artists.
As in fiction, the nonfiction writer is telling a story, and when that story is well-made, the placement of details and events is never random. The parts are not strung out in a line but come around full circle, like a necklace, to set off the others. They resonate, rekindle one another, stirring the reader with a cumulative effect. A good essay or article can and should have all the attributes of a good short story, including structure and design, pacing and effective placement of its parts—almost all the attributes of fiction except the creative imagination, which can never be permitted to enliven fact. The writer of nonfiction is stuck with objective reality, or should be; how his facts are arranged and presented is where his craft appears, and it can be dazzling when the writer is a good one. The best nonfiction has many, many virtues, among which simple truthfulness is perhaps foremost, yet its fidelity to the known facts is its fatal constraint.
Like anything that one makes well with one’s own hands, writing good nonfiction prose can be profoundly satisfying. Yet after a day of arranging my research, my set of facts, I feel stale and drained, whereas I am energized by fiction. Deep in a novel, one scarcely knows what may surface next, let alone where it comes from. In abandoning oneself to the free creation of something never beheld on earth, one feels almost delirious with a strange joy.

 

10 diciembre, 2014

Sam Cooke



Hay una anécdota, probablemente apócrifa, sobre Sam Cooke. Esta dice que para separarse de los Soul Stirrers, la banda góspel de adoración que le dio cabida y lo hizo famoso, cometió un acto de vanidad que ralla en lo sacrílego. La cosa fue así, justo antes de salir al escenario Sam habría guardado un espejo de bolsillo en su chaqueta, luego habría salido junto a los Stirrers al escenario y cantado las canciones que los devotos de Sam y Jesucristo querían escuchar, Jesus Wash Away My Troubles, Jesus, I'll Never Forget, Nearer To Thee, Must Jesus Bear The Cross Alone o He's My Friend Until The End. Cuando llegó el momento de cantar Wonderful, cuya letra dice: “Wonderful, the Lord is so wonderful…”, al sonar los primeros acordes Sam sacó el espejo de su bolsillo, se miró en él y empezó a arreglar su cabello para luego cantar, mirándose en el espejo: “Wonderful, He is so wonderful…”. Esto sellaría su despido de los Soul Stirrers e iniciaría una carrera solista que acabaría el 11 de diciembre del 1964 cuando fue asesinado con un tiro directo al corazón. Tenía 33 años, han pasado 50 años desde su muerte y yo me he construido una iglesia y toda una fe para celebrar su voz.