ENTREVISTADOR
¿Puede decirnos precisamente por qué
prefiere escribir ficción?
MATTHIESSEN
Escribir no-ficción se parece a dar forma
a un mueble. Puede ser elegante y muy hermosa pero jamás llegará a ser escultura.
Prisionera de los hechos—o de las formas predeterminadas—no puede volar. Con la
excepción de aquellos maestros que trascienden su arte—grandes artesanos del
Medioevo y el Renacimiento, por ejemplo, o artistas anónimos de culturas
tradicionales tan lejanas como las cavernas que albergaron artistas espontáneos
e inconscientes.
Tal como el escritor de ficción, el autor
de no-ficción está contando una historia y, cuando esa historia está bien
construida, la ubicación de detalles y eventos no es nunca casual. Las partes
no se encuentran dispuestas en una línea sino en un círculo completo, como en
un collar, para detonarse las unas a las otras. Resuenan y se reviven las unas
a las otras, encendiendo en el lector un efecto acumulativo. Un buen ensayo, o
un buen artículo, puede y debe tener todos los atributos de un buen cuento,
incluyendo el diseño y la estructura, el ritmo y la ubicación efectiva de sus
partes—todos los atributos de la ficción, menos la imaginación creativa, a la
cual nunca debe permitírsele amenizar los hechos.
El autor de no-ficción está entrampado con
la realidad objetiva, o debería estarlo; cómo los hechos son dispuestos y
presentados es donde el oficio se hace manifiesto, y puede ser deslumbrante
cuando estamos ante un buen escritor. La mejor no-ficción tiene muchas, muchas
virtudes, entre las cuales la simple franqueza es, quizás, la principal, aunque
la fidelidad a los hechos conocidos sea su fatal limitación.
Como todo lo que uno hace con sus propias
manos, escribir buena prosa de no-ficción puede ser una labor profundamente
satisfactoria. Aun así, tras un día de ordenar mi investigación, mi puñado de
hechos, me siento rancio y drenado, mientras que la escritura de ficción me
energiza. En lo profundo de una novela, uno apenas sabe qué puede aparecer,
mucho menos de dónde eso proviene. Al abandonarnos a la libre creación de algo
nunca contemplado sobre la tierra, uno se siente delirante con un extraño
deleite.
***
INTERVIEWER
Can you say
precisely why you prefer writing fiction?
MATTHIESSEN
Nonfiction at its
best is like fashioning a cabinet. It can be elegant and very beautiful but it
can never be sculpture. Captive to facts—or predetermined forms—it cannot fly.
Excepting those masters who transcend their craft—great medieval and Renaissance
artisans, for example, or nameless artisans of traditional cultures as far back
as the caves who were also spontaneous unselfconscious artists.
As in fiction, the
nonfiction writer is telling a story, and when that story is well-made, the
placement of details and events is never random. The parts are not strung out
in a line but come around full circle, like a necklace, to set off the others.
They resonate, rekindle one another, stirring the reader with a cumulative
effect. A good essay or article can and should have all the attributes of a
good short story, including structure and design, pacing and effective
placement of its parts—almost all the attributes of fiction except the creative
imagination, which can never be permitted to enliven fact. The writer of
nonfiction is stuck with objective reality, or should be; how his facts are
arranged and presented is where his craft appears, and it can be dazzling when
the writer is a good one. The best nonfiction has many, many virtues, among
which simple truthfulness is perhaps foremost, yet its fidelity to the known
facts is its fatal constraint.
Like anything that
one makes well with one’s own hands, writing good nonfiction prose can be
profoundly satisfying. Yet after a day of arranging my research, my set of
facts, I feel stale and drained, whereas I am energized by fiction. Deep in a
novel, one scarcely knows what may surface next, let alone where it comes from.
In abandoning oneself to the free creation of something never beheld on earth,
one feels almost delirious with a strange joy.