En la plaza Jungmannovo visitamos la iglesia franciscana de Nuestra Señora de las Nieves, cuya nave es la más alta de Praga. A Kafka le interesó el nombre. Me alegré de poder explicarle el origen de una denominación tan extraña para una iglesia, ya que había asistido varias veces a recitales de música religiosa checa antigua en aquel templo y había aprovechado la ocasión para informarme más a fondo de sus particularidades.
Según una leyenda antiquísima, en el siglo IV vivió en Roma un ciudadano muy rico y muy piadoso al que la Madre de Dios le había encargado en sueños que construyera una iglesia consagrada a ella en el mismo lugar en que al día siguiente hallara nieve. Según la leyenda, esto ocurrió durante los días más calurosos del verano del año 352. Así pues, se trataba de un sueño completamente absurdo que, sin embargo, demostró ser real, ya que a la mañana siguiente la colina romana de Esquilino apareció cubierta de nieve. El ciudadano romano, cuyo nombre se me había olvidado, hizo erigir allí la primera de toda una serie de iglesias de Nuestra Señora de las Nieves.
El sueño que supuestamente dio origen en Roma a la fundación de esta iglesia aparece representado en el retablo del altar mayor del templo franciscano homónimo de Praga.
Se lo mostré al doctor Kafka y terminé mi explicación con estas palabras:
—El nombre de la iglesia se basa en esa leyenda milagrosa.
A eso repuso el doctor Kafka:
—No lo sabía. Sólo conozco las noticias de los cronistas más recientes. Según sus datos, en el siglo xv esta iglesia fue un importante centro de reunión de los husitas más radicales.
Continuamos caminando.
Por un momento, la cara de Kafka se iluminó con el reflejo de una sonrisa que en seguida quedó sellada tras el severo pliegue de sus labios, y dijo:
—El milagro y la violencia sólo son los dos polos de la falta de fe. Uno malgasta la vida esperando pasivamente un mensaje orientador que nunca llega porque precisamente nuestra tensa espera hace que seamos sordos a él; o bien descarta toda esperanza con impaciencia y ahoga su vida entera en una orgía criminal de sangre y fuego. Los dos extremos son erróneos.
—¿Cuál es el correcto? —pregunté yo.
—Esto —respondió Kafka sin pensar, señalando a una anciana que rezaba arrodillada frente a una capilla lateral próxima a la salida—. La oración.
Dicho esto, me tomó del brazo y me atrajo con firmeza hasta la puerta. Una vez en el antepatio, dijo:
—La oración, el arte y los trabajos científicos de investigación sólo son tres llamas distintas que surgen de un foco único. Con ellas intentamos superar las posibilidades de nuestra voluntad personal de las que disponemos en un momento dado y llegar más allá de los límites de nuestro propio y diminuto yo. El arte y la oración sólo son manos tendidas en la oscuridad. Uno mendiga para regalarse a sí mismo.
—¿Y la ciencia?
—Es la misma mano mendicante de la oración. Nos lanzamos al oscuro arco de luz que une el dejar de ser con el llegar a ser para acomodar la existencia en la cuna de nuestro pequeño yo. Eso lo hacen por igual la ciencia, el arte y la oración. Por eso, hundirnos en nosotros mismos no constituye un descenso a lo inconsciente, sino un ascenso desde lo vagamente intuido a la superficie diáfana de la conciencia.
De: "Conversaciones con Kafka" de Gustav Janouch.
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