Hay cierto número de obras, y generalmente entre las que más nos gustan, que acaban mal: en ellas algo se termina, se consume. Durante todo el libro ha habido una aventura, un movimiento, una búsqueda, unos encuentros: gentes que no se conocían se han cruzado; han caminado juntas, se han amado, han cambiado. Y luego todo se detiene. Es el fin. No hay continuación. Alguien muere o desaparece. Sentimos un vacío.
Por ejemplo, el final de Los tres mosqueteros, cuando se separan, siempre me ha parecido una perfecta expresión de la tristeza. Y también el principio de Vingt ans après –se vuelven a encontrar como enemigos, han envejecido-, al final de Vingt ans après, se separan de nuevo; Le Vicomte de Bragelonne, finalmente, cuando Porthos muere: durante años (no exagero nada) he sentido la desaparición física de Porthos; le echaba de menos; acordarme de todas sus aventuras, de su fuerza, de su necedad, de su apetito de ogro, de su vanidad, de su ropa, y luego de su decadencia, de su impotencia final: muere aplastado bajo una roca que ya no tiene fuerzas para levantar…
Esto es el sentimiento más simple, en estado bruto. Creo que lo sentiría igual si leyera la muerte de Hercule Poirot.
Pero los hay más matizados. La muerte de André Bolkonski (creo que se llama Bolkonski o Bolbonski) en Guerra y Paz; el final de Casque d’or. Y sobre todo, no ya muertes, sino extinciones, desapariciones, finales tranquilos, nadas: es el tiempo que pasa, el ocio, el hueco, el vacío, la melancolía, la añoranza, el recuerdo, lo irremediable.
Por ejemplo, el final de Under the net de Iris Murdoch, que acabo de buscar, y de no encontrar, por todas partes: tras innumerables aventuras, más bien risueñas, los inseparables se separan; se van cada uno por su lado, “es la vida”… O bien el final de Pierrot mon ami…
O bien esta última pregunta (que a menudo me ha aterrorizado) que clausura el capítulo de preguntas y respuestas de Ulises, cuando Stephen y Bloom se separan: ¿Dónde (va Stephen)? Jamás lo sabremos. Y ese jamás, verdaderamente, es algo terrible. No triste exactamente. Pero terrible. Un punto de interrogación para el que no hay respuesta posible. Algo que no se abre sobre cualquier cosa. Algo acabado.
O bien el final de Fermina Márquez.
O bien el final de La educación sentimental: las últimas páginas, y sobre todo “la amargura de las simpatías interrumpidas”: ¿alguna vez se ha expresado mejor el vacío?
O el final de Suave es la noche: el tipo que va de ciudad en ciudad… metrópolis, pequeños centros, aldeas, pueblos y luego se acabó. Se ha perdido su rastro. No está muerto, no; sigue viviendo: sigue pensando, no ha olvidado nada; pero está vacío, ha fallado, ha fracasado, ha naufragado. Así vivirá siete años, la eternidad…
O bien el final de La montaña mágica.
Y estoy seguro de que aún hay innumerables ejemplos.
Georges Perec, Carta a Denise Getzler.
Traducción de Eva María Manso.
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