A la mañana siguiente, de vuelta en Londres, mis primeros pasos se encaminaron a la National Gallery. El cuadro de Pisanello que quería ver no se encontraba en su sitio habitual, sino que debido a trabajos de reforma había sido expuesto en una sala del sótano mal iluminada, a la que sólo bajaban unos pocos visitantes de los que a diario deambulaban por las salas de la galería con una expresión de incomprensión absoluta. El pequeño cuadro, de unos 30 por 50 centímetros y por desgracia encajado a la fuerza en un marco de oro demasiado pesado del siglo anterior, muestra la mitad superior casi repleta de un disco dorado que irradia desde el azul del cielo y sirve de fondo a la representación de la Virgen con el niño redentor. Por debajo, un ribete de copas de árbol verde oscuro se extiende de un extremo al otro del cuadro. Al lado izquierdo se encuentra el patrón de los rebaños, pastores y leprosos, San Antonio. Lleva un traje con capucha de un rojo profundo y una capa amplia en tonos de marrón tierra. En la mano sostiene un cascabel. Un verraco dócil yace a sus pies con la cabeza gacha en señal de sumisión. Con mirada severa, el eremita contempla la gloriosa aparición del caballero que ha salido a su encuentro en ese preciso instante y emana algo emotivamente mundano. El dragón, un animal ensortijado y alado, ya ha exhalado su último aliento. La artística armadura, forjada de metal blanco, aúna en sí todo el resplandor de la tarde. Ni la más mínima sombra de culpabilidad recae sobre el semblante juvenil de Jorge. La nuca y el cuello han quedado a merced del observador sin protección alguna. Pero lo verdaderamente particular de este cuadro es el sombrero de paja que, trabajado con una belleza inusual, de ala ancha y adornado con una gran pluma, lleva el caballero en la cabeza. Me gustaría saber cómo se le ocurrió a Pisanello la idea de ataviar a San Jorge precisamente con un sombrero de este tipo, en virtud de las circunstancias poco apropiado por no decir incluso extravagante. San Giorgio con cappello di paglia, muy curioso, como tal vez piensen también los dos hermosos caballos que miran al caballero por encima del hombro.
De: "Vértigo" de W.G. Sebald
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