Un estenógrafo del espíritu
Rodrigo Olavarría
Antes de tomarme la palabra quiero agradecer a Matías Rebolledo, traductor y prologuista de Diario de hospicio y otros textos, por invitarme a ser parte de esta mesa. Hay editores que no creen necesario hacer un lanzamiento cuando publican una traducción, es el tipo de menosprecio que mantiene los nombres de traductoras y traductores fuera de las portadas de libros que escribieron en una escala 1:1. Yo creo fundamental presentar estos libros, ponerlos en contexto y celebrarlos. Gracias Matías por tu trabajo y gracias a Montacerdos por poner en circulación la voz de Lima Barreto. Gracias también a la querida Biblioteca Nacional y a la Librería del Fondo de Cultura Económica Amanda Labarca.
No sorprende, dada la pobre circulación de la literatura brasileña en librerías, que el nombre de Lima Barreto sea poco más que un código secreto en las cofradías de lectores chilenos. Hasta la publicación de este libro, Diario de hospicio y otros textos, por Editorial Montacerdos, la obra de Afonso Henriques de Lima Barreto (1881-1922) sólo estaba en español representada por sus dos novelas capitales: Recuerdos del escribano Isaías Caminha (1909) y El triste fin de Policarpo Quaresma (1911), publicadas en un solo volumen por la editorial Ayacucho en 1978 y por separado, ya en este siglo, en España por la Universidad del País Vasco y en Argentina por la editorial Mardulce. Otro libro disponible en español, de cuya publicación me enteré a través de Mary Anne Warken, es Los Bruzundangas, publicado en España por Rapsoda Editorial el año 2016.
Lima Barreto, junto a Machado de Assis, Oswald de Andrade, Mário de Andrade y Guimarães Rosa, es uno de los fundadores ineludibles de las letras de su país. Su escritura, pre-moderna según la historigrafía literaria brasileña, despliega un retrato crítico de la sociedad carioca que vivió, un ambiente marcado por el despotismo de la república velha, el latifundio y una esclavitud recién abolida en 1888, evento ocurrido cuando el autor tenía siete años y cuya celebración recordó así: “Había sol y el día estaba claro. Nunca en mi vida vi tanta alegría. Era general, total: y los días que siguieron, días de holganza y satisfacción, me dieron una visión de vida completamente de fiesta y armonía”.
No podía ser de otro modo, Lima Barreto era hijo de padres negros y el doloroso pasado esclavista le mordía los talones por el lado materno y paterno. El trauma transgeneracional causado la esclavitud, encarnado en la locura de su padre y luego en la suya propia, es fundamental para comprender su obra y explica el hecho de que todos sus primeros intentos literarios abordan ese tema (me refiero, por ejemplo a Clara dos anjos, escrito en 1904) y que en esa misma época pensara escribir una historia de la esclavitud en el Brasil. El tema del sistema racial y de clases brasilero, así como el ascenso de las ideas que ligaban su color de piel a ideas de degeneración mental, aparece y vuelve a aparecer en su escritura, por ejemplo, en la voz del protagonista de Isaías Caminha, una versión apenas velada de sí mismo, que en un punto señala: “¡Ah! ¡Sería doctor! Redimiría el pecado original de mi nacimiento humilde, suavizaría el suplicio oprimente, mortificante y omnímodo de mi color…”.
Al revés de Machado de Assis, conocido como “el mulato de alma griega”, Lima Barreto no disimula su origen ni exagera su helenismo en el obsesivo autoanálisis que plasma en Isaías Caminha y Policarpo Quaresma, es más, enfrenta la mediocridad y la impostura para encarnar, en palabras de su primer biógrafo. Francisco de Assis Barbosa, al “portavoz de las amarguras y los sueños de una capa social sufrida y marginalizada de la población brasileña”. Lima Barreto dijo de su propio trabajo: “Yo profeso una literatura militante” y, como ejemplo de esa escritura carente de máscaras, donde vemos un yo casi confesional, permítanme leerles el primer párrafo de Recuerdos del escribiente Isaías Caminha, en la traducción de Daniel Divinsky, uno de los fundadores de Ediciones de la Flor: “La tristeza, la comprensión y desigualdad de nivel mental de mi medio familiar, actuaron sobre mí de un modo curioso: me dieron ansias de inteligencia. Mi padre, que era sumamente inteligente e ilustrado, al comienzo, en mi primera infancia, me estimuló con la oscuridad de sus exhortaciones. Yo todavía no entraba al colegio cuando en una oportunidad me dijo: “¿Sabes que naciste cuando Napoleón ganó la batalla de Marengo?”: Mis ojos se desorbitaron y pregunté: “¿Quién era Napoleón?”. “Un gran hombre, un gran general”. Y no dijo nada más. Se recostó en su sillón y continuó leyendo”.
Por innata rebeldía o por haber hecho sus primeros pinitos en el periodismo, Lima Barreto no acomoda su estilo al parnasianismo imperante y desestima la floritura preciosista de sus contemporáneos. Su escritura es desprolija, tiende a la oralidad y rehúye el esmerado extractivismo de diccionario donde se refugiaron escritores como Henrique Coelho Netto, un escritor que por entonces gozaba de enorme popularidad. Es justo esto lo que lo ubica incómodamente como pre-modernista, siendo que es dueño de rasgos estéticos similares, o que podríamos decir, anuncian, la obra de modernistas como Oswald de Andrade y Patrícia Galvão (Pagu). Se puede decir que Lima Barreto es tan pre-modernista que murió apenas diez meses después de la Semana de Arte Moderno, evento donde se firmó el acta de bautismo del modernismo brasilero.
Diario del hospicio y otros textos reúne los diarios que Lima Barreto escribió en su segunda caída en el hospital psiquiátrico tras una crisis de delirium tremens y dos novelas inconclusas que se alimentan de anotaciones pergeñadas en su encierro: El cementerio de los vivos y Cómo llegó el “Hombre”. De entrada, el autor confinado declara: “No me incomodo demasiado con el Hospicio, pero sí detesto esta intromisión de la policía en mi vida”. Sabe que está perfectamente cuerdo pero también que en libertad arriesga una recaída que podría costarle la vida e infinitas molestias a los suyos. Quizás sean precisamente esa delicadeza y esa cordura lo que hace de Lima Barreto en un observador tan agudo, en un alienado tan enfermo de literatura que es capaz de consolarse a sí mismo diciendo: “Mientras trapeaba, lloraba; pero me acordé de Cervantes, del propio Dostoievski, que debieron haber sufrido más en Argel y en Siberia. ¡Ah! La literatura o me mata o me da lo que yo le pido”.
El texto de estos diarios es un recorte vibrante de la vida en el “gehena social” al que son arrojados inmigrantes, obreros y aristócratas caídos en desgracia. Lima Barreto deja constancia de las quejas, actos irracionales y suicidios de estos hombres: “Aquí en el Hospicio (…) yo solo veo un cementerio: unos están en criptas y otros en la fosa común. Pero así y asá, la locura se burla de todas las vanidades y los sumerge a todos en el insondable mar de sus caprichos”.
Este libro, traducido y prologado con atenta dedicación a los numerosos problemas que plantea la distancia temporal con el portugués carioca en que fluye esta prosa, lejos de ser un capricho editorial es una joya rara en nuestro medio ambiente editorial. Es el testimonio en primera persona de un “suicidado por la sociedad”, el vívido trabajo de un corresponsal de genio único en tierras de la desesperación, la obra de un estenógrafo del espíritu que un día, encerrado en una celda con 19 locos, un día 16 de enero de 1920 escribió: “Se suicidó un enfermo en el pabellón. El día está lindo”.