A propósito de la separación de Oasis me viene a la memoria un entrañable recuerdo relacionado con la banda, uno de los más afortunados eventos de mi adolescencia. Hagamos un poco de contexto. Mi hermano y yo tenemos dos años de diferencia, el nació un 28 de marzo y yo un 5 de abril, por esto muchas veces celebramos nuestros cumpleaños juntos, aunque más que celebrar yo me sentaba a conversar y a escuchar música con los dos amigos de siempre, la viva imagen de lo que hacíamos cualquier fin de semana, sólo que en estos casos la sesión se veía rodeaba por el marco de fervor deportivo de mi hermano y sus amigos. Era 1995.
Alguien, de seguro un tío entusiasta o un amigo medio desinformado le regaló a mi hermano el disco ‘Definitely Maybe’ de Oasis, ante lo cual él respondió encogiéndose de hombros y con un agradecimiento muy poco entusiasta. Pusimos el disco y de inmediato tuve la certeza de que aquello era una estupidez mediana, un gesto calculado sin ningún tipo de riesgo, música para pub de rugbistas o gente que compra cualquier cosa que se venda y sobre la cual exista una ligera unanimidad.
Yo tuve mucha suerte y amigos como Rodrigo Alvarado y Catherine Hall, gente con un gusto impecable, que con cada regalo, entiéndase cedés y cassettes pirateados, ponían en mis manos discos que en el futuro serían mis favoritos. Por ejemplo, no recuerdo si fue para ese cumpleaños o el de 1996 que Rodrigo me regaló el excelente ‘Harmacy’ de Sebadoh, uno de mis más preciados discos motivos musicales y afectivos. Y, antes, entre mis doce y catorce años la Cathy Hall me regaló discos como ‘Hatful of sorrow’ de los Smiths, el primero de Violent Femmes, ‘Horses’ de Patti Smith, ‘Raw power’ de Iggy Pop y muchos otros incunables que todavía escucho.
Pero volvamos a ese fin de semana entre marzo y abril de 1995, ahí figuraba yo, odiando con todo órgano en mi cavidad toráxica a Oasis y al incauto tío o amigo que adquirió esa barbaridad con la que, de seguro, iba a ser torturado por los siguientes seis meses si mi hermanito Francisco llegaba a tener el mal tino de volverse un fan de los hermanitos Gallagher, cosa que no ocurrió y por la cual agradezco a las deidades correspondientes.
Esa tarde, entre que alguien ponía Nirvana o Ramones, entre un disco y otro, alguien robó el disco de Oasis. Obviamente, por meses fui el sospechoso número uno de su desaparición, creo que todavía lo soy. Tal vez mi hermano aun piensa que era capaz de quemar el disco con tal de no dejar ningún rastro, aquí vuelvo a consignar mi inocencia.
Y hoy que esa odiosa banda se separa, tal vez la más sobrevalorada de la historia, no puedo sino agradecer al alma bondadosa que no sospechaba el bien que me hacía al llevarse escondido el disco de mi hermano.
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