11 diciembre, 2012

Prólogo para 'Abejas' de Sylvia Plath

Este texto es el prólogo que escribí para la edición que hizo la editorial Cuadro de Tiza para mi traducción de los poemas que componen el ciclo de las abejas de Sylvia Plath, los poemas originalmente destinados a cerrar su libro Ariel.



SOBRE EL CICLO DE LAS ABEJAS DE SYLVIA PLATH

A mediados de octubre de 1962, Sylvia Plath escribió a su madre una carta donde declaraba: “Soy una escritora… soy una escritora genial; está en mí lograrlo. Estoy escribiendo los mejores poemas de mi vida; los que me van a consagrar” –la traducción es mía, en el original inglés dice “they will make my name”. Éstos eran cinco poemas de distinta extensión que seguían un patrón de estrofas de cinco versos cada una, y fueron escritos entre el 3 y el 9 de octubre de 1962 bajo el título de Abejas.

En el orden que le dio a Ariel, poco antes de suicidarse, Sylvia Plath dejó estos poemas al final, para concluir su segundo libro, en un gesto que resignifica el sentido del texto. La importancia de estos poemas ha sido en parte ignorada, porque en las ediciones que conocemos de Ariel están instalados en la mitad, alterando el cierre que Plath le daba a su obra. Nueva conclusión que, como veremos, se opone a la imagen tradicionalmente transmitida de la poeta suicida: en lugar de poner énfasis en la muerte, lo hace en el proceso que va de la lucha, o incluso la venganza, a la esperanza.

Fue también en 1962, después del nacimiento de su hijo Nicholas, cuando Plath durante una entrevista con Peter Orr declaró que la partera de Devon (el pueblo inglés donde vivía) le había enseñado a cuidar abejas. La presencia de las abejas debió atraer la imagen de su padre, el entomólogo alemán Otto Plath, autor de un importante volumen sobre las colmenas y las abejas titulado Bumblebees and their ways. Personaje además recurrente en la imaginería de la obra poética de su hija, lo cual se constata con la lectura de poemas como “Lament” (juvenilia, sin fecha), “The beekeeper’s daughter” (1959) y “Daddy” (1962). En esa misma época, Plath se hacía cargo de los dos hijos de su recientemente desecho matrimonio con el poeta inglés Ted Hughes, por lo cual no es extraño que una de las lecturas que podemos realizar de esta secuencia de poemas tenga relación con el rol que le toca como mujer y como poeta en el ciclo natural.

En el primer poema titulado “La reunión”, la gente del pueblo se reúne para trasladar una colonia dentro de una colmena artificial. Es un ritual de iniciación en el cual la hablante no lleva ropa apropiada, es una extraña, una aprendiz ante la cual se suceden imágenes amenazantes que, pese a evocar hechos reales, por su carga paranoica parecen pertenecer a una dimensión simbólica de carácter ritual o litúrgico.

En el segundo poema, “La llegada de la colmena”, la caja llega a la casa de la hablante, quien constata el poder amenazante de la colmena y piensa en liberar a la colonia. Esta idea modifica la sensación ominosa y de vulnerabilidad de la hablante del primer poema, pues pasa a ocupar la posición del Dios que puede darles la libertad; posición vinculada, además, a la imagen de Pandora, capaz de liberar el mal encerrado en la caja. Aquí la colmena cumple tres roles: un símbolo de pureza amenazada desde adentro, una casa que carga con el ominoso zumbido de la colonia y con el horror; la colmena como el cuerpo de la hablante y las abejas como las palabras que buscan liberarse cuando el cuerpo sea abierto; y, finalmente, es también una caja, un ataúd para un enano o para un recién nacido cuya existencia amenaza la identidad de la hablante, la cual analoga su función de poeta con la imagen de la abeja reina, la reproductora encerrada en la colmena, que logra escapar y volar al final de “Aguijones”. Es la misma imagen femenina cuya presencia podemos constatar en otros poemas de Plath como “Lady Lazarus” (1962) o “Lioness” (1962).

En “Aguijones”, la hablante abre la caja para cosechar la miel acompañada de un hombre, un experto. Al verse liberadas las abejas atacan a un tercero, un hombre que es capaz de fecundar y que ha desaparecido como Cenicienta dejando una zapatilla aquí y otra allá. Finalmente, aparece la abeja reina, una terrible cicatriz en el cielo, la identidad de reina-poeta liberada de la maquinaria que la encierra, el mausoleo, la casa de cera, el hogar. En este poema, la relación de la hablante con la colectividad femenina es equívoca, pues está cruzada por imágenes de martirio, usurpación, venganza y afirmación. Al mismo tiempo, la hablante se identifica, alternativamente, con quien cuida a las abejas, el panal, las obreras y la reina. De hecho, afirma: “No soy una obrera”, pero, al mismo tiempo, no se pone por encima de éstas, pues sabe que ha sido una de ellas, tras “haber tragado polvo por años / Y haber secado platos con mi espesa cabellera”. Se trata de la misma relación que establece cuando afirma que está “de pie en una columna // De mujeres aladas, incapaces de un milagro” y se refiere a mujeres-obreras, cuya rareza e individualidad se ha sacrificado al estar al servicio de otros, la reina, el panal, los hijos, el hogar, la nación. Más aún, el ataque al personaje que cumple el rol de chivo expiatorio prueba que no se trata de seres serviles. Tras este sacrificio, sólo le resta recuperar la reina que lleva dentro de sí, con lo que el tema de “Aguijones” supera la idea de venganza, y pasa a ser el de la recuperación del yo y la autoafirmación.

En “El enjambre”, la imagen del enjambre en el cielo como una masa es comparada al avance de las tropas de Napoleón, un ejército que debe ser abatido. Una fuerza gobernada por un dictador de carácter imperialista, quien arrastra al enjambre a su aniquilación. Una figura que tiene mucho en común con el padre del poema “Daddy”, el nazi, el fascista, el centro de la familia. De hecho, en una de las primeras versiones de “El enjambre”, la hablante se refiere al dictador como “Mi Napoleón”, verso que establece la misma relación entre la hablante y la figura masculina que es posible vislumbrar en “Daddy”, donde señala: “Toda mujer ama a un fascista”.

La colmena siempre ha sido la metáfora de la polis griega, la sociedad perfectamente jerarquizada, la colectividad productiva por antonomasia, en la cual cada uno cumple un rol. Y es ahí, en la base de esta sociedad autoritaria, donde Plath plantea la reflexión sobre el poder y el rol de la mujer, el rol de ella misma como poeta, madre y mujer.

En el quinto poema, “Invernando”, la figura autoritaria desaparece tal como son eliminados los zánganos de la colmena, expulsión que es celebrada. La colmena y la hablante hallan espacio para adecuarse a los ritmos fijados por la naturaleza, compartiendo la hibernación con las abejas pues, como ellas, tiene reservas para resistir durante el invierno, la espera forzada: “Tengo mi miel, / Seis frascos, / Seis ojos de gato en la bodega de vinos”.

En este poema, las abejas, amenazadas por el desastre total al que las dirigía el dictador de “El enjambre”, se convierten en sobrevivientes por su capacidad para adecuarse a las circunstancias y esperar la próxima estación. La certeza de la alternancia de las estaciones crea la esperanza y, al mismo tiempo, la seguridad de que sobrevivirá al invierno. Así termina la secuencia de las abejas, y también Ariel en la ordenación final de Sylvia Plath; un orden creado por una poeta que se recuperó a sí misma.

Rodrigo Olavarría, 2009.

1 comentario:

Bernardita Yannucci dijo...

No tenía idea del orden original.
Ariel es uno de mis libros favoritos.