27 diciembre, 2013

De "Humboldt's Gift".



No soy un gran bebedor, pero como se comprenderá, hoy necesitaba whisky y me tomé otro doble de etiqueta negra. Desde el rascacielos podía contemplar el aire de Chicago de esta corta tarde de diciembre. Un desteñido sol esparcía desde occidente una luz anaranjada sobre las sombras oscuras de la ciudad, sobre los brazos del río y los negros armazones de los puentes. El lago, áureo, plata y amatista, estaba preparado para su cobertura invernal de hielo. Se me ocurrió pensar si Sócrates tenía razón en eso de que nada se podía aprender de los árboles y que únicamente los hombres que encontrábamos podían enseñarnos algo de nosotros mismos, yo andaba por mal camino al escaparme hacia el escenario en lugar de escuchar a mis compañeros humanos. Evidentemente, no tenía buen estómago para los compañeros humanos. Para aliviar la intranquilidad y la pesadez de mi corazón, divagaba sobre el agua. Sócrates me habría dado muy mala nota. Yo parecía estar más bien en el lado Wordsworth de las cosas: árboles, flores, agua. Pero la arquitectura, la ingeniería, la electricidad y la tecnología me habían traído a ese piso sesenta y cuatro. Escandinavia había colocado este vaso en mi mano, Escocia lo había llenado de whisky, mientras yo permanecía allí sentado recordando ciertos hechos maravillosos sobre el sol, es decir, que la luz de otras estrellas, al entrar en el campo gravitacional del sol, se curvaba. El sol se arropaba con un chal hecho de esta luz universal. Así lo había predicho Einstein, reflexionando sobre las cosas. Y las observaciones llevadas a cabo por Arthur Eddington durante un eclipse lo comprobaron. El hallazgo antes que la búsqueda. 

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I am not a great drinker but today I understandably wanted whisky and I took another double shot of Black Label. From the skyscraper I could contemplate the air of Chicago on this short December afternoon. A ragged western sun spread orange light over the dark shapes of the town, over the branches of the river and the black trusses of bridges. The lake, gilt silver and amethyst, was ready for its winter cover of ice. I happened to be thinking that if Socrates was right, that you could learn nothing from trees, that only the men you met in the street could teach you something about yourself, I must be in a bad way, running off into the scenery instead of listening to my human companions. Evidently I did not have a good stomach for human companions. To get relief from uneasiness or heaviness of heart I was musing about the water. Socrates would have given me a low mark. I seemed rather to be on the Wordsworth end of things —trees, flowers, water. But architecture, engineering, electricity, technology had brought me to this sixty-fourth story. Scandinavia had put this glass in my hand, Scotland had filled it with whisky, and I sat there recalling certain marvelous facts about the sun, namely, that the light of other stars when it entered the sun’s gravitational field, had to bend. The sun wore a shawl made of this universal light. So Einstein, sitting thinking of things, had foretold. And observations made by Arthur Eddington during an eclipse proved it. Finding before seeking.

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