07 enero, 2014

Lou Reed recuerda a Delmore Schwartz



OH DELMORE CUÁNTO TE EXTRAÑO

Oh Delmore cuánto te extraño. Me inspiraste a escribir. Fuiste el hombre más grande que conocí. Podías capturar las emociones más profundas con el lenguaje más simple. Tus títulos eran suficientes como para despertar la musa de fuego en mi cuello. Eras un genio. Condenado.
Las locas historias. Oh Delmore yo era tan joven. Creía tanto. Nos reuníamos a tu alrededor mientras leías Finnegans Wake. Tan divertido pero impenetrable sin ti. Dijiste que habían pocas cosas en la vida mejores que dedicarse a Joyce. Habías anotado cada palabra de las novelas que te guardaste de la biblioteca. Cada palabra.
Y dijiste que estabas escribiendo “La maleta de cerdo”. Oh Delmore nunca existió tal cosa. Buscaron, después que tú último delirio te condujo a un ataque al corazón en el Hotel Dixie. Nadie reconoció tu cuerpo en tres días. Tú—uno de los más grandes escritores de nuestra era. No había tal maleta.
Llevabas la carta de T.S. Eliot junto a tu corazón. Sus elogios a En Sueños. Ojala hubieras podido detener ese matrimonio. ¡¡¡Nada bueno saldrá de esto!!! Tenías razón. Nos rogabas—Por favor no dejen que me entierren al lado de mi madre. Hagan una fiesta para celebrar mi mudanza de este mundo a uno ojala mejor. Y tú Lou—te juro—y tú sabías que si alguien podía yo podía—tú Lou nunca debes escribir por dinero o voy a venir a penarte.
Le había mostrado un relato breve. Él me dio una B. Me sentí herido y avergonzado. ¿Por qué me penaría a mí sino tengo talento? Yo era el caminante de “El pesado oso que camina conmigo”. En los cócteles literarios. Los odiaba. Y me dejaba a cargo. Unos tragos más tarde—con la camisa abierta—uno de los bordes colgando por delante—la corbata chueca, el cierre abierto. Oh Delmore. Eras tan hermoso. Llamado así por una estrella de cine mudo el bailarín Frank Delmore. Oh Delmore—la cicatriz del duelo con Nietzsche.
Leías a Yeats y el timbre había sonado pero el poema no había acabado y no habías terminado de leer—pequeños riachuelos nacían de tu nariz pero aun así no parabas de leer. Yo estaba paralizado. Lloré—el amor del mundo—el pesado oso.
Nos dijiste que entráramos a la casa de ______ donde tu esposa estaba prisionera. Tus muñecas rotas por aquellos que eran tus enemigos. Las pastillas revolviendo tu mente refinada.
Te conocí en el bar cuando recién habías pedido cinco tragos. Dijiste que eran tan lentos que para cuando te tomaras el quinto ya deberías haber pedido más. Nuestras clases de scotch. Vermouth. El jukebox que odiabas—las letras tan patéticas.
Una noche llamaste a la Casa Blanca para protestar por sus acciones en tu contra. Una beca para tu esposa para alejarla de ti y ponerla en los brazos de cualquiera en Europa.
Escuché al voceador de periódicos gritando Europa Europa.
Dame suficiente esperanza y me cuelgo.
Hamlet venía de una vieja familia de clase alta.
Algunos pensaban que era un borracho pero—en realidad—era un maníaco depresivo—que es como tener el pelo castaño.
Tienes que tener tu propia ducha—un acto existencial. Podrías meterte a la ducha y morir solo.
Hamlet empieza a decir cosas extrañas. Una mujer es como Horacio melón—una vez abierta, se pudre.
Oh Delmore dónde fue el Vaudeville para una princesa. Un regalo para la princesa de la estrella  de las tablas en el vestidor.
La duquesa metió su dedo en el culo del duque y el reino desapareció.
Nada bueno saldrá de esto. ¡Detengan el cortejo!
Caballero debe permanecer en silencio o tendremos que echarlo.
Delmore entendía todo y podría escribirlo de manera impecable.
Shenandoah Fish. Eras demasiado bueno para sobrevivir. Las percepciones te atraparon. Las expectativas de fama. Entonces enseñaste.
Y te vi en la última ronda.
Amaba tu inteligencia y tu inmensa sabiduría.
Fuiste y siempre has sido el único.
Puedes llevar un caballo al agua pero no puedes hacerlo pensar.
Quería escribir. Una línea tan buena como las tuyas. Mi montaña. Mi inspiración.
Escribiste el relato breve más grandioso jamás escrito.
En Sueños.

***

O Delmore how I miss you

O Delmore how I miss you. You inspired me to write. You were the greatest man I ever met. You could capture the deepest emotions in the simplest language. Your titles were more than enough to raise the muse of fire on my neck. You were a genius. Doomed.

The mad stories. O Delmore I was so young. I believed so much. We gathered around you as you read Finnegans Wake. So hilarious but impenetrable without you. You said there were few things better in life than to devote oneself to Joyce. You’d annotated every word in the novels you kept from the library. Every word.
And you said you were writing “The Pig’s Valise.” O Delmore no such thing. They looked, after your final delusion led you to a heart attack in the Hotel Dixie. Unclaimed for three days. You—one of the greatest writers of our era. No valise.
You wore the letter from T.S. Eliot next to your heart. His praise of In Dreams. Would that you could have stopped that wedding. No good will come of this!!! You were right. You begged us—Please don’t let them bury me next to my mother. Have a party to celebrate moving from this world hopefully to a better one. And you Lou—I swear—and you know if anyone could I could—you Lou must never write for money or I will haunt you.
I’d given him a short story. He gave me a B. I was so hurt and ashamed. Why haunt talentless me? I was the walker for “The Heavy Bear Who Goes With Me.” To literary cocktails. He hated them. And I was put in charge. Some drinks later—his shirt undone—one tail front right hanging—tie skewed, fly unzipped. O Delmore. You were so beautiful. Named for a silent movie star dancer Frank Delmore. O Delmore—the scar from dueling with Nietzsche.
Reading Yeats and the bell had rung but the poem was not over you hadn’t finished reading—liquid rivulets sprang from your nose but still you would not stop reading. I was transfixed. I cried—the love of the word—the heavy bear.
You told us to break into ______’s estate where your wife was being held prisoner. Your wrists broken by those who were your enemies. The pills jumbling your fine mind.
I met you in the bar where you had just ordered five drinks. You said they were so slow that by the time you had the fifth you should have ordered again. Our scotch classes. Vermouth. The jukebox you hated—the lyrics so pathetic.
You called the White House one night to protest their actions against you. A scholarship to your wife to get her away from you and into the arms of whomever in Europe.
I heard the newsboy crying Europe Europe.
Give me enough hope and I’ll hang myself.
Hamlet came from an old upper class family.
Some thought him drunk but—really—he was a manic-depressive—which is like having brown hair.
You have to take your own shower—an existential act. You could slip in the shower and die alone.
Hamlet starting saying strange things. A woman is like a cantaloupe Horatio—once she’s open she goes rotten.
O Delmore where was the Vaudeville for a Princess. A gift to the princess from the stage star in the dressing room.
The duchess stuck her finger up the duke’s ass and the kingdom vanished.
No good will come of this. Stop this courtship!
Sir you must be quiet or I must eject you.
Delmore understood it all and could write it down impeccably.
Shenandoah Fish. You were too good to survive. The insights got you. The fame expectations. So you taught.
And I saw you in the last round.
I loved your wit and massive knowledge.
You were and have always been the one.
You can lead a horse to water but you can’t make him think.
I wanted to write. One line as good as yours. My mountain. My inspiration.
You wrote the greatest short story ever written.
In Dreams.


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