09 mayo, 2010

Sobre "Partir y Renunciar" de Amelia Bande.


Si tus ojos me quieren ofrecer algo más que el brillo triste, que me lo digan”.
Amelia Bande.

Mi acercamiento al teatro no es el de un asiduo asistente, sino más bien el de un lector que unas diez veces al año va a ver un montaje. Como ejemplo de mi ignorancia baste decir que jamás he visto en el teatro una obra de autores como Bernard-Marie Koltès o Sarah Kane, pero que sí he leído buena parte de la obra del primero y todas las escritas por la segunda. Parte del lenguaje escénico, ciertas afectaciones en la forma en que los textos son entregados a veces me hacen imposible acercarme a las obras que veo. Tal vez se trate de una deformación del oficio, yo trabajo con las palabras y, por lo mismo, mi acercamiento siempre pasa por el texto. Digo esto para aclarar desde donde hablo al referirme a “Partir y Renunciar”, segunda obra de la dramaturga Amelia Bande y segunda colaboración con el director y dramaturgo Javier Riveros, que por estos días se presenta en el Teatro del Puente.

En octubre del 2007 asistí a un función de “Chueca”, la primera obra de Amelia Bande, en el teatro Sidarte. Recuerdo que en esa obra existían dos hermanos, Bro y Ana, Wise, un dealer que vaga por la ciudad vendiendo cosas arriba de las micros, una amiga de Ana y un gato. Tengo recuerdos algo borrosos de la obra, pero sí tengo la clara conciencia de que la esperanza se depositaba en los afectos y que el mundo exterior a estos era percibido como hostil, una sensación reforzada por el hecho de que gran parte de la acción ocurría en la calle o en plazas, donde la intimidad es expuesta y su fragilidad se ve amenazada.
“Chueca”, al contener una cantidad importante de canciones en vivo, fue caracterizada por algunos como un musical. En “Partir y Renunciar”, cuyo título fue tomado de una canción de la cantautora argentina Rosario Bléfari, se insiste en este recurso pero se disminuye de manera ostensible el número de canciones interpretadas, cediendo espacio a la fuerza cohesiva, expresividad y riqueza en atmósferas de la banda sonora de Daniel Bande y enfocándose más en lo textual, donde innegablemente se concentra el mayor poder de la obra, pues Amelia Bande es la autora de un espacio literario autónomo y unitario de gran belleza y honestidad, que es a la vez un ideario estético y también sobre las condiciones en las cuales es posible concebir y vivir el amor hoy en día.

“Partir y Renunciar” es una obra donde las identidades de género, en este caso, lesbiana y gay, no son presentadas como un elemento disruptor de la realidad o como catalizador de la acción, al contrario, son expuestas con absoluta naturalidad. Esto me parece digno de hacerse notar solamente porque tanto en la literatura como en otras formas de arte lo queer, es decir, las identidades sexuales distintas a la heteronormativa son muchas veces mostradas como un elemento que altera el orden, cuestiona la realidad, como artificio o como metáfora y no como formas de experimentar el sexo y el amor.

En “Partir y Renunciar” hay cuatro historias que son dos y que, a la vez, son una sola historia. En esta obra, un grupo de cuatro amigos integrado por Brain, Karsten, Tender y Travis, enfrentan la partida de esta última. Ellos constituyen una de esas familias electivas, aquellas que te configuran como individuo y que difícilmente pueden dejar de ser tu familia, esos amigos que, de alguna forma, son también los amores de toda la vida. Estos cuatro amigos se visitan, se cuentan secretos, se pelan, se cuidan y se quieren, pero hay más.
El argumento se organiza en torno al viaje de Travis (Marcela Salinas), personaje que podríamos poner en el centro de la acción como protagonista aunque esto no sea del todo exacto. Travis parte a Europa y deja una relación con Tender (María Paz Grandjean), una relación llena de silencios en torno al amor de ambas y a los temores de cada una, situación que ambas extienden durante la ausencia de Travis mediante la escritura de cartas que ninguna llega a enviar. Vemos el viaje de Travis transcurrir en las habitaciones de los hoteles en que se hospeda, la misma habitación siempre, dando la idea del viaje como un no-lugar, un espacio indiferenciado, una suspensión del tiempo donde nada ocurre, porque no hay lugar donde huir de uno mismo, porque donde sea que uno vaya se lleva todo, siempre. Al mismo tiempo, Tender está suspendida en la inmovilidad y la expectativa en que la ausencia de Travis la posiciona, toda ella fija en la composición de las cartas antes mencionadas.

Luego están Karsten (Tomás Espinosa) y Brain (Rafael Contreras), el primero muy vulnerable y obsesionado por los objetos que acumula y los que desea recuperar, el segundo enfrentado a la postulación de un proyecto artístico que le permita salir de su rutina de operador telefónico en un callcenter y, según sus propias palabras, hacer algo importante con su vida. Ellos se aman pero son incapaces de decírselo o, mejor dicho, las circunstancias, la falta de comunicación evidente en algunos de sus diálogos y la familiaridad se los hace difícil, aunque siempre exista el deseo de simplemente perder el miedo, decirlo todo y ver qué cosa tan terrible pasa.

Estas dificultades se manifiestan en varias e iluminadoras reflexiones sobre la naturaleza del amor y cómo es posible experimentarlo hoy, se le caracteriza como algo permanente que toma cuerpo en algunas personas, pero que ha estado presente desde antes de la aparición de la persona amada. También se le presenta como un sentimiento frágil que se desgasta y se pierde si es invocado repetidamente, de la misma forma en que se desgasta el poder de las canciones que uno ama, que de tanto escucharlas se fríe y desaparece. Se plantea también las dolorosas contradicciones que pueden surgir entre dos personas que se aman, entre aquellos que desearían fijar todo en un momento en el tiempo, cuando descubrieron formas posibles de ser felices y aquellos para los cuales lo constante, la eternidad, es antinatural como el plástico.

En “Partir y Renunciar” el amor es amenazado por la dificultad de las mismas personas que lo sienten por aceptar su poder transformador, la transformación que conlleva hacerse cargo de él y del impulso por destruirlo; de la carga y la liberación que la aceptación de estas dos pulsiones traen consigo, de todos esos miedos y dificultades que, tal vez sólo el inminente fin del mundo, una luz rosada en el cielo o la amenaza real del fin de todo lo que conocemos y la forma en que lo conocemos, podrían eliminar.

Como diría mi amigo Kent: “Two thumbs up”. Y no me queda más que extender la invitación a los lectores de esta reseña a asistir a las funciones de “Partir y Renunciar”, que se estará presentando hasta el 30 de mayo en el Teatro del Puente.

Rodrigo Olavarría.

Horario: Viernes a Sábado a las 21:00 hrs, Domingo a las 20:00 hrs
Lugar: Teatro del Puente, parque forestal s/n, estación metro Baquedano.
Entradas: general $4.000, estudiantes y tercera edad $2.000
Hasta el 30 de Mayo.
Reservas: 732 4883.

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