07 noviembre, 2011

Presentación de 'Work Songs', de Patti Smith.


por Rebeca Errázuriz

Cuando conocí a Rodrigo nuestras conversaciones siempre giraban en torno a nuestro entusiasmo furioso y pueril ante el rock&roll, un entusiasmo que no ha estado exento de disputas y rencillas múltiples sobre el valor de tal o cual artista, sobre el amor/odio simultáneo hacia la figura de Bob Dylan, sobre interminables disquisiciones acerca de John Lennon y los Beatles. Quizás nuestra disputa más feroz y extensa sea sobre la banda inglesa The Who. No hace mucho Olavarría escribió estas líneas no sin cierta sorna secreta hacia mi persona, cito:

En 1965, los Who eran tan perfectos como los Stooges en 1969. Tenían clara conciencia de lo que siempre debía ser el rocanrol, música nada pomposa, primitiva, puro feedback e inmadurez. Los Who o los Stooges habrían sido las bandas favoritas de Gombrowicz porque son las más puras muestras de no podermiento hechas sonido. Lamentablemente, el camino que trazan I’m a boy, A quick one, Tommy y Quadrophenia es el de huida de la juventud, el de renuncia a la inmadurez. El de la experimentación que lleva a la autoindulgencia propia de las bandas fascinadas por la narrativa operática y la obra total.”


La mención no sólo era una bofetada hacia mi bienamado Pete Townshend, sino hacia la defensa que yo hiciera de su obra como ejemplo paradigmático de la estética del fracaso y la impotencia como sentimientos que constituyen algo así como la divina chispa de lo que debe ser el rock&roll. Y aunque no será este el lugar para defender al narigón inglés, traigo esta rencilla a colación porque el revés de ese desacuerdo insoluble, la otra cara de esa moneda, es la figura de Patti Smith. Patti Smith con su cuerpo delgado y su rostro desgarbado de pajarraco, Patti Smith de manos grandes y apariencia de niño-niña, Patti estridente y frágil, femeninamente masculina, arrojada, furibunda, violenta y sin embargo tan dulcemente tímida como niñita de trenzas en su primer día de escuela; todas esas cosas era Patti, como un bello animalito informe para el cual no atinamos a encontrar un nombre. Venus en el pudridero. Girasol en el descampado, en el desperdicio de lo que fue, de lo que no fue, del desastre.

Y es verdad, me digo, cuando pienso en Patti –en ella, su música y su escritura como tres cosas inseparables- viene a mi mente esa expresión –animalito informe- y cierto pasaje del diccionario hetereológico de George Bataille, donde en la definición de la palabra informe dice: “Así informe no es solamente un adjetivo con determinado sentido sino también un término que sirve para descalificar, exigiendo generalmente que cada cosa tenga su forma (…) afirmar que el universo no se asemeja a nada y que sólo es informe significa que el universo es algo así como una araña o un escupitajo” O sea que Patti vendría a ser un escupitajo orgulloso frente a una exigencia del mundo. Y me gusta pensarla así. O como dirían Gombrowicz y mi contendor Olavarría aquí presente, como ese no-podermiento, esa impotencia fundamental transformada en explosión, en un puro estallido de brillante inmadurez.

Puede que a algunos auditores aquí presentes no crean en mis palabras ni me compren esta descripción. Ni tan punkie era la viejita, me dirán algunos, después de todo ¿podríamos compararla con el desparpajo que fue Johnny Rotten, o con el frenesí alienado de un Ian Curtis? Pues bien, los invito a asomarse al libro Work song. Lo que encontramos allí es una lucha sin tregua de una mujer que intenta encontrar su voz. Recordemos que esta es una obra temprana, escrita por una Patti que aún no encuentra del todo su lugar ni su palabra. Y esos versos tallados sin clemencia, entrecortados, más que el tono de un artificio bien trabajado, poseen la cualidad de un tanteo, un tanteo veloz, apurado en el vértigo de quien escribe con un cuchillo afilado. Nietzsche habló alguna vez de filosofar a martillazos. Patti Smith escribe en bruto, a golpes de navaja. No es la madurez de una obra, de un oficio escritural la que guía el trabajo de Patti. Es la certeza de una visión, una visión inexpresada, inexpresable. Y la fidelidad a esa visión, como verdad revelada, dota sus palabras de una consciencia de ruptura. De que todo lo dicho o lo que pueda añadirse a la visión no es más que un desvío, un desvío que quiere y que sin embargo fracasa, que sabe que fracasa, un desvío para volver a casa. Una casa que nunca estuvo en el principio de las cosas sino como ausencia. Como sitio árido y como descampado. Y por eso es preciso romper, usar la palabra como navaja, romper la frase, el verso, para que otras cosas, otro mundo, puedan ser alumbrados.

En sus memorias junto a Robert Mapplethorpe, Patti confiesa que de niña sentía deseos de romper las vitrinas de las tiendas y no comprendía por qué no debía hacerlo, por qué debía plegarse a la convención de comprar las cosas. Allí dice: “De inmediato me sentí limitada por la noción de que nacemos en un mundo donde todo está determinado por quienes nos han precedido. Me esforcé por reprimir mis impulsos destructivos y, en cambio, desarrollé los creativos. Aún así, la niña contraria a las normas que llevaba dentro no había muerto. Cuando expliqué a Robert las ganas que mi niña interior tenía de destrozar escaparates, él se río de mí. “¡Patti! Eres una mala semilla”, dijo” (p.190). Y si hojeamos Work songs, al final del poema Cuaderno, esta niña contraria a las normas nos dice:


La libertad es una cascada, es andar

sobre el linóleo hasta el amanecer, es el derecho a
escribir las palabras incorrectas. y yo lo he
hecho bastante…”


Pienso aquí en cierto verso de la canción Horses que dice “Nadie escuchó la mariposa que aleteaba en su garganta”. Me trae a la memoria otro verso de mujer, de nuestra Mistral que decía


Y los oficios jadeados

nunca, nunca los aprendíamos:
el cantar, cuando era el canto,
en la garganta roto nacía.”


El de Patti es un canto roto, atorado en una garganta que se asfixia. Una garganta que sangra, que prefiere el escupitajo de un grito de rock antes que las palabras limadas y cuidadas del buen decir. Patti tiene un nudo en la garganta como su alter ego Johnny en el poema Land:

su garganta, se llenaba con la flema de la conciencia, tensada sobre los sonidos de su desesperación como la red sobre una presa

Patti, esa niña que nunca abandonó del todo su amor por la Biblia, que creía en una religión superior donde, al modo de William Blake “el bien y el mal se aman tan tiernamente” y “no hay mal puro ni bien puro sino sólo pureza”, vivía presa de esta visión que sólo podía ser manifestada con la misma violencia con que Pete Townshend azotaba sus guitarras contra el suelo. Es la violencia de un descontento, de ese “I can’t get no satisfaction”, de quien sabe que ha llegado un poco demasiado tarde a un mundo donde hubo una promesa, una promesa incumplida que ha dejado un reguero de muertos, un mundo donde reina el desastre y un caos estéril. Podemos leer en el poema Grant esta poética del inadaptado:

vivimos un largo tiempo en nuestra imaginación para el inadaptado es la alternativa ligera y embriagadora. el inadaptado es el sincero y preocupado y lleno de brillo en la sangre. pero para mi padre el extraño irrevocable, no hay ningún lugar donde ir. el mundo real no lo acepta y el mundo divino lo traiciona, se ha sumergido en un estado de atrofia. un trofeo un premio estacionario. es el heroinómano convirtiéndose en heroína el soñador en el sueño. él mismo es la obra maestra. a/trofeo.”

La artista no hace más que una labor de redención. Ser un Cristo del rock&roll, decía Patti, o un “santo de cualquier manera”, pero un santo que es- en el contexto de las exigencias de este mundo “caído” y “estéril”- un ser atrofiado, un ser deforme cuya deformidad es la marca de una virtud, una deformidad que ha de ser afirmada, venerada. “Inscribo en mi palma una dulce y negra X” escribe Patti en Juramento y esta suerte de marca de Caín es la aceptación de un destino y una tarea. Es la tarea, la salvación del rock. La salvación en el rock. Y este animalito deforme escupe sobre el mundo, lo maldice y lo bendice para hacer su alquimia, que no es otra que la alquimia del rock:

drogada en el espacio. zeus. cristo. siempre ha sido el rock así es y siempre será. en el contexto del neo rock debemos abrir nuestros ojos y tomar y rasgar el velo de humo que el hombre llama orden. la contaminación es el resultado de la incapacidad del hombre de transformar la basura. la transformación de la basura es quizás la preocupación más antigua del hombre. porque es la aleación elegida, el oro debe ser resucitado—a través de la mierda, a cualquier costo. inherente a nuestro interior está el sueño y labor del alquimista. crear un hombre desde el barro. y recrear desde las excreciones del hombre puro y suave y luego sólido oro.”


Feria Internacional del Libro de Santiago. 4 de noviembre del 2011.

Dedicado a Robert Mapplethorpe, nacido un 4 de noviembre de 1946 y a Fred Sonic Smith muerto un 4 de noviembre de 1994.
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