Entre el viernes 17 de septiembre de 2004 y el miércoles 16 de agosto de 2005 transcurre Alameda tras las rejas, de Rodrigo Olavarría, un libro híbrido, a ratos incluso una especie de collage, que zigzaguea por una narrativa intervenida con lírica que estruja al límite la autorreferencialidad y el detalle metaliterario. Olavarría recicla citas, temas y estilos, y se los apropia mediante un registro narrativo que impone dos puntos de vista técnicamente perfectos, reflejados en un pimponeo continuo entre una primera persona protagonista y luego la tan inusual segunda persona, un desdoblaje del protagonista que se habla a sí mismo, desde otra voz que dice: “Vuelves a la otra ciudad, la ciudad de callejones donde pasas casi todo el año. Ésta no es la ciudad de subterráneos donde lograste huir por primera vez”.
Eso y más es la escritura de Olavarría, quien ironiza y se vuelve pedante, melodramático y hasta insoportable en su exhibicionismo literario y donjuanesco; una zambullida en lo peor de sí mismo, que opera como el marco preciso para dar con el tono demoledor de su personaje: un tipo de 26 años, oriundo del sur chileno, instalado en Santiago, sin trabajo, con su cabeza llena de literatura y que escribe un libro sobre su propia e inmediata experiencia: “Este libro está siendo escrito ahora. En este libro hay alguien que escribe este libro, que es sólo eso, un libro, no la vida”.
Así aparece el protagonista del libro, un poeta alcoholizado, adicto al sexo, inmerso en la terrible soledad y añoranza de su ex pareja. La originalidad de la anécdota es, hasta este punto, un cero a la izquierda; sin embargo, es a partir del tratamiento del lugar común que el libro se levanta; qué más común que la vida familiar clasemediera, con sus rituales, pequeños afectos, tristezas, vistas desde un presente del relato que destila una sinuosa nostalgia sobre una vida de la cual sólo quedaba escapar. Es allí donde entra este autor, quien logra con una fineza entrañable captar los matices de la vaciedad existencial y de aquello que de algún modo compensa o logra borronear el desencanto o la náusea ante lo cotidiano.
Es de esa forma que la persecución enfermiza de mujeres o la escritura del libro resultan ser metáforas de un centro que se escabulle incesantemente. La distancia insalvable entre literatura y vida convive, con violencia, con la imposibilidad de separación entre escritura y experiencia, pero hay un final de partida que nos devuelve a esta segunda constatación, pues “se escriben libros como si se atara un lápiz al pie”, recuperando el sentido que puede tener la escritura de un libro en medio de una catástrofe.
Alameda tras las rejas es un libro excepcional, porque propone una forma particular de palpar la experiencia cotidiana y escarbar al mismo tiempo en los bordes de lo literario, sin desmesuras, plagado de vulnerabilidades, pero cargado de una intensidad supurante de terror ante el simple hecho de vivir.
Patricia Espinosa, Las Ultimas Noticias, 18 de Febrero de 2011.
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