04 octubre, 2011

Juan Manuel Vial : 'Apuntes del esclavo estoico', La Tercera


“El libro que estoy escribiendo no es el que quiero escribir, este libro sólo existe en virtud de uno que no existirá nunca. Beckett escribió esto: ‘atreverse a fracasar donde ningún otro se atrevió a fracasar’”. Así dice una de las entradas de este magnífico diario de vida o “cuaderno de esclavo”, que es como el autor prefiere llamarlo. Escrito con una prosa limpia y consistente, la que a veces se transforma en cuelgas de versos intencionados, Alameda tras las rejas es un relato que atrae tanto por su originalidad y contundencia literaria, como por la personalidad de quien escribe, un joven de 27 años que a pesar de que tal vez bebe más de la cuenta, y a pesar de que ha herido a varias mujeres, demuestra ser una buena persona. Lo prueban el amor que les manifiesta a la palabra justa, a su abuelita y a los perros en general.

Lejos de ser un diario en el que se consignan acciones del tipo “hoy día me levanté, fui a la universidad, almorcé charquicán, etcétera”, el de Olavarría consiste en una serie de divagaciones, meticulosamente fechadas entre septiembre de 2004 y agosto de 2005, que giran en torno a diversos temas de interés humano, más ciertas obsesiones particulares: el amor, el sexo pasajero, el suicidio, las trampas de la escritura, el peso del alcohol ingerido, algunos apuntes cinematográficos, las bondades de la lectura.

Muchas de las ideas del autor están refrendadas en palabras expresadas por hombres sabios, a quienes el narrador ha leído con dedicación e inteligencia, ofreciendo siempre una síntesis memorable entre su propia realidad y aquellos conceptos indelebles.

Algunos de los citados son los poetas César Vallejo y Jorge Reichmann, el grupo experimental Oulipo, o los pensadores griegos Heráclito y Aristófanes. El protagonista utiliza a veces la segunda o la tercera persona del singular para referirse a sí mismo. El recurso, que en sí es riesgoso, está bien manejado. El joven es un admirador de la música rock y de la poesía que es capaz de desentrañarle. Sus gustos en esta materia son intachables, y así, tipos como Tom Waits, Leonard Cohen, Nick Cave, John Cale o el fundador de aquella grandísima banda llamada The Magnetic Fields, Stephin Merritt, van dejando huellas sonoras y ecos llamativos a lo largo de toda la obra. El acto de escribir también recibe en estas páginas la merecida atención especulativa: “Escribir nada tiene que ver con la imaginación, lo que permite escribir el libro es, en primer lugar, el libro en el interior de su escritor como búsqueda y, en segundo lugar, el propio progreso del libro”.

Hasta antes de publicar Alameda tras las rejas, Rodrigo Olavarría escribió varios libros de poesía y recibió distinciones de la Fundación Pablo Neruda y una beca de creación del Fondo del Libro y la Lectura. A la vez, ha traducido a grandes poetas, como Ezra Pound, Edgard Lee Masters, Allen Ginsberg y Sylvia Plath. Parte de esa experiencia, de esa vital experiencia, es la que adorna las páginas más bellas y sustanciosas de este libro. “A diario repito que no me importan yambos ni placeres, aun así leo y escribo estos poemas que pongo frente a mí, no veo mayor contradicción en eso, incluso es común que salga y me pierda entre calles y camas deformadas por el uso donde busco algo para lo que todavía no hay nombre o que simplemente puede designarse como nada. No me importan yambos ni placeres, pero todos los días te busco sin dejar de hacer presagios, montado sobre una bicicleta con tu nombre y otros nombres en la boca, con versos que repito de memoria y otros que se dejan caer simplemente”.

Juan Manuel Vial, La Tercera, 15 de enero, 2011.

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