por Rodrigo Olavarría
Partamos por el comienzo: El 4 de octubre de 1917 en San Fabián de Alico, al interior de San Carlos, nació con dos dientes Violeta del Carmen Parra Sandoval, su padre, Nicanor Parra, era profesor de música y su madre, Clarisa Sandoval, campesina. Su acercamiento a la música se produjo a los diez años, cuando la familia se asentó en Chillán después de haber vivido en Santiago y luego Lautaro, en la novena región. Fue la cercanía del grupo de niños integrado por Violeta, Hilda, Eduardo y Roberto a músicos populares que formaban parte de la familia, una parte ligada al circo y otra, las primas Aguilera, de la provincia de Malloa, lo que determinaría el rumbo que tomarían las vidas de los hermanos.
Influida por la moda de época, en un período de diez años que se inicia en 1938 y abarca todo su matrimonio con Luis Cereceda, Violeta Parra se convirtió en una competente intérprete de canciones españolas, lo cual le significó numerosos reconocimientos y trabajo. Suena como algo paradójico que la mujer que hoy es considerada el estandarte de la cultura nacional tocara esa música, pero no es de extrañarse, esto no constituye una excepción ni un alto, sino uno de los numerosos espacios por los que discurrió su inquietud artística.
Un año después de su separación de Luis Cereceda, Violeta Parra realizó una serie de grabaciones para el sello RCA Victor junto a su hermana Hilda bajo el nombre artístico de “Las hermanas Parra”, conjunto que funcionaría entre 1949 y 1953 con presentaciones en locales nocturnos y en el programa Fiesta Linda de la Radio Corporación. Esas grabaciones reúnen una serie de cuecas, valses y corridos, entre las que se cuentan “Mujer ingrata”, “A mi casa llega un gato”, “La cueca del payaso” y “Judas”, entre otras imposibles de encontrar hoy por hoy. El año siguiente, Violeta Parra grabó para EMI-Odeón dos discos de 78 rpm, uno de ellos contenía "Qué pena siente el alma" y "Verso por el fin del mundo (El primer día el Señor...)" y el segundo "Casamiento de negros" y "Verso por padecimiento (Entre aquel apostolado...)", es decir, cada disco llevaba una canción potencialmente radiable y un canto a lo divino, hecho que nos indica que para esta fecha Violeta Parra había iniciado su labor de recopiladora de folklore, primero trasladándose a Pirque, Barrancas y otras localidades cercanas a Santiago donde conoció informantes fundamentales como Rosa Lorca, Flora Leyton, Emilio Lobos e Isaías Angulo, quien no sólo le regaló su primer guitarrón, sino quetambién adiestró en este instrumento a su hijo Ángel.
Hay tres hechos que hacen posible entender hoy el impacto que estos discos tuvieron en la audiencia de la época, primero, el hecho de que un año después de hacerse públicos, Violeta Parra tenía su propio programa de radio, un programa didáctico y de divulgación que contaba con una sintonía impresionante que se veía traducida en una cantidad de cartas imposibles de leer y mucho menos contestar. Este programa llevó por nombre “Canta Violeta Parra”, era emitido por Radio Chilena y, en ocasiones, era registrado en vivo en lugares donde se practicaba el canto popular, como el restorán El sauce o la misma calle donde vivían Violeta y sus hijos, donde era capaz de montar junto a los vecinos la fiesta de la cruz de mayo sólo para grabarla y luego presentarla a su público. El programa fue importante porque hizo que, al escuchar su música siendo tocada en la radio, la gente de campo sintiera que ellos y su cultura valían y eran importantes. En las palabras de Rosario Hueicha, cantora y artesana huilliche de la isla de Chiloé: “solamente los días domingos, en la mañana, ponen sus canciones… y toda la gente por aquí las espera y les toma atención, tal como uno.”
Un segundo indicador de la notoriedad de dichos discos es que pasados dos años de su edición, en 1955, fueron reeditados en el novedoso formato de 45 rpm, lo cual demuestra su vigencia. El tercer hecho que destaca la popularidad de estos discos es que el año 1956 Les Baxter, pionero de la música electrónica y del género musical llamado exótica grabó "Casamiento de negros" bajo el nombre de “Melodía loca (The drive-you-crazy song)”, la publicó como single y más tarde la incluyó en el LP “'round the world with Les Baxter". Vale la pena señalar que los derechos de autor recibidos por esta grabación le permitieron a Violeta Parra comprar un sitio en la calle Segovia en la comuna de La Reina y construir una mejora que llevaría por nombre La casa de palos.
Estos logros y esfuerzos se vieron también reconocidos por la crítica, cuando el 28 de Junio de 1955 Violeta Parra recibió el “Premio Caupolicán”, otorgado a “La mejor folklorista del año” por la Asociación de Cronistas de Espectáculos en reconocimiento a su labor como difusora del folklore nacional. Poco después es invitada a presentarse en el quinto “Festival mundial de la juventud y los estudiantes”, en Varsovia, Polonia. Este viaje fue fundamental para Violeta, en cuanto le dio a entender que para dar a conocer el folklore de su país no necesariamente tenía que estar en él y que podría llegar a hacer más por la cultura de su patria dándola a conocer en el extranjero. Esta conciencia se nos hace evidente cuando pensamos en su viaje a Londres para grabar para EMI y la BBC y en su confianza al donar su guitarrón y las cintas de sus recopilaciones de folklore chileno a la Fonoteca Nacional del Musée de l’Homme de Paris, al cual llegó a grabar por intervención del antropólogo Paul Rivet. Su presencia en el extranjero también significaría un primer acercamiento a sonoridades que normalmente no habría aceptado, como las de la chanson française y las de origen andino. Llegados a este punto es importante consignar que cuando Violeta Parra se instala en Europa por dos años la primera vez y por tres años la segunda, está ejecutando la operación inversa a la realizada por los artistas latinoamericanos de antaño, ella no viaja a París para aprender, sino para divulgar o, mejor dicho, imponer lo chileno en ese continente.
En 1956 Violeta Parra tenía casi cuarenta años, en marzo grabó dieciséis canciones en los estudios del sello “Chant du Monde” que publicó sus dos primeros EP y en noviembre del mismo año los diecisiete temas que forman el primer LP de la serie “El folklore de Chile” para la sede chilena del sello EMI Odeón: “Violeta Parra y su guitarra”, donde incluye tres composiciones de su autoría. Disco al cual en 1957 se sumarían los dos LP de recopilaciones titulados “La cueca” y “La tonada”, además del EP “Composiciones de Violeta Parra”, una colección de composiciones instrumentales para guitarra que significan una dirección distinta en su trabajo creativo, un trabajo abierto a la intuición y a las sonoridades propias de la guitarra campesina chilena que dará forma a un nuevo género musical llamado anticueca, caracterizado por ritmos y armonías tan originales que es imposible separarlas de su compositora e intérprete. La politonalidad, el ritmo, las repeticiones y variaciones de compases de 3/4 y 6/8, hacen comparables estas piezas a la obra de cualquier compositor contemporáneo chileno y acercan el trabajo de Violeta Parra al de investigadores del folklore que realizaron fusiones entre este y la música culta, como el húngaro Béla Bartók, con quien comparte no sólo la devoción por la música vernácula de su país sino también una vocación universalista que en ella se irá acentuando con el tiempo. En las composiciones de Violeta Parra no vemos la simple exteriorización de elementos folklóricos que suelen derivar en el encanto fácil del exotismo, sino que vemos estas composiciones articularse desde el folklore, desde la ejecución campesina de la guitarra, desde las numerosas afinaciones para guitarra que se desarrollaron al interior del campo chileno. En definitiva, composiciones donde el material folklórico y su técnica son el material que se incorpora a la obra musical.
El año 1957 es también el año en que Violeta Parra planea la realización de un ballet que llevaría por título “El gavilán” y cuya primera parte estaría organizada alrededor de la canción del mismo nombre, una compleja canción de intensa emocionalidad y cuya base melódica vocal se acopla a la que se desarrolla en la guitarra. La idea de Violeta Parra era reunir en este ballet elementos de danza y música chilenas para narrar una historia en la cual las danzas serían aquellas auténticas del norte, el sur y el centro de Chile y la música sería ejecutada con instrumentos como harpas, guitarras, tambores y trutrucas. La historia sería la de una gallina seducida por un gavilán que finalmente la conduce a su muerte, una alegoría de cómo el amor no siempre construye sino cómo también es capaz de destruir. Así mismo, “El gavilán”, sería también alegoría de la oposición entre el bien y el mal, entre el poderoso y el débil, entre el hombre que es fuerte y el que es débil y es seducido por el poder de un gavilán que según las palabras de la propia Violeta Parra “siempre vive, porque la maldad siempre perdura.”
Desde su regreso de Europa en noviembre de 1956 hasta 1959, Violeta Parra realizó una intensa investigación del mapa folklórico chileno, desde los alrededores de Concepción, donde recopiló más de cien cuecas junto a Gastón Soublette, a la octava región donde conoció la sonoridades de la música mapuche a través de María Painén Cotaro, a Chiloé, donde influyó de manera decisiva en Gabriela Pizarro y Héctor Pavéz y luego al norte donde registró los sonidos de la fiesta de La Tirana. Este período acaba con su segundo viaje a Europa a principios de 1962 tras una estadía en Buenos Aires, donde se presentó con éxito en importantes teatros y grabó un disco cuya publicación fue prohibida por la polémica levantada por la canción “Porque los pobres no tienen” y que recién fue hecho público por la Fundación Violeta Parra el año 2009.
Eso sí, antes de irse de Chile editó el LP “Toda Violeta Parra, el folklore de Chile vol. VIII”, disco fundamental donde por primera vez incluye solamente canciones de su autoría, canciones insoslayables en su obra como “La jardinera”, “El chuico y la damajuana” o una nueva versión de “Casamiento de negros”; canciones donde por primera vez se hace presente el tema político de forma manifiesta y crítica, como en: “Hace falta un guerrillero” o “El pueblo (paseaba el pueblo sus banderas rojas)” musicalización de un poema de Pablo Neruda. Canciones donde narra eventos que le tocó vivir: “Puerto Montt está temblando” y canciones donde hace explícita su poética, su ética creativa y política, como en “Yo canto a la diferencia”, donde narra un dieciocho de septiembre que pasó ayudando a su vecina Luisa a dar a luz en una casa sin fuego, luz, ni agua corriente y que se abre con las líneas: “Yo canto la diferencia / que hay de lo cierto a lo falso / de lo contrario, no canto.”
En Europa se mantuvo en permanente movimiento entre París y Suiza, país de residencia de Gilbert Favre, su pareja. Siempre en el estado de actividad permanente que le caracterizaba cantó en locales nocturnos, vendió sus tapices y realizó esculturas en paper maché y alambre. Entre 1962 y 1963 grabó las canciones que luego darían cuerpo al disco “Canciones reencontradas en París”, publicado en Chile el año 1971. Entre abril y mayo de 1964 expuso en el Musée des Arts Décoratifs del Louvre, exposición que fue repuesta en febrero de 1965 en Lausanne, Suiza. Ese mismo año la editorial parisina François Maspero publicó su libro “Poésie Populaire des Andes”.
Es en este período cuando fiel a su visión universalista y latinoamericana suma a su música el cuatro venezolano y el charango, instrumentos que estarán presentes en sus dos próximos LP, el primero de estos publicado poco después de su regreso a Chile en 1965 bajo el nombre “Una chilena en París”. Los temas abordados en las canciones de este álbum son muy diversos, van desde la crítica social de “Qué dirá el santo padre” y “Arriba quemando el sol” a la pena de una mujer separada de su hija menor “Paloma ausente”. Estas canciones además señalan una nueva evolución de las composiciones de Violeta Parra, pues aumenta el número de instrumentos utilizados, con percusiones y flautas, como en “Mañana me voy `pa'l norte", trutrucas en "Qué he sacado con quererte", acordeón y otros instrumentos típicos de la música francesa en dos temas que Violeta grabó en francés: "Une chilienne à Paris" y "Écoute moi, petit".
Sin embargo, ni la invariable riqueza y belleza lírica de cada una de las canciones conocidas de Violeta Parra podían preparar a nadie para el hito que constituiría la aparición del LP “Las últimas composiciones de Violeta Parra”. Sin lugar a dudas el disco que constituye la cima composicional en la obra de Violeta Parra y, muy posiblemente, en toda la música chilena, pues en él se fusionan de forma única el elemento melódico campesino chileno y latinoamericano con el invaluable material literario aportado por la autora. En estas canciones es posible distinguir una raíz campesina, sonidos altiplánicos, sonidos araucanos, la influencia de la canción francesa y parte de la mejor poesía que se haya escrito en Chile. Se trata de un disco perfecto donde cada una de las canciones que lo constituyen es un himno desgarrado al hecho de estar vivo y sentir los dolores que se ocultan detrás de cada nueva pasión, detrás de cada nueva edad.
Para terminar quiero evocar tres imágenes de Violeta Parra, la primera es una fotografía de fecha incierta donde aparece acostada en una cama, la guitarra a su lado, un cuaderno, lápices, la máquina de escribir sobre las piernas y, al fondo, uno de sus tapices. La vemos cercada por los objetos con que dio forma a sus creaciones, fija en un hacer que no dejaba tiempo para nada más, porque eso era la vida, hacer. Otra imagen, la de una entrevista realizada en 1965 en su taller en Ginebra, donde se le preguntó: “Violeta, tú eres poeta, músico, haces tapicerías y pintas, si tuvieras que elegir un solo medio de expresión, ¿con cuál te quedarías?” y ella contestó: “Elegiría quedarme con la gente. Son ellos quienes me impulsan a hacer todas estas cosas.” La tercera imagen va en ese mismo sentido, imaginémosla de vuelta en Chile, instalada en la carpa de La Reina, siendo entrevistada por René Largo Farías y diciendo: “Estoy muy contenta de haber llegado a un punto de mi trabajo en que ya no quiero ni siquiera hacer tapicería ni pintura, ni poesía, así, suelta. Me conformo con mantener la carpa y trabajar esta vez con elementos vivos, con el público cerquita de mí, al cual yo puedo sentir, tocar, hablar e incorporar a mi alma.” Estas palabras me hacen pensar en la vida de Violeta Parra como un tránsito que la transforma no sólo a ella sino también a su relación con la creación, un trayecto que lleva de lo material a lo inmaterial, del trabajo con materiales inanimados y concretos al contacto íntimo, a integrarse y finalmente fundirse con los receptores de su obra.
Publicado originalmente en: Revista Cuaderno n°67.
1 comentario:
excelente texto y la fotografia no la habia visto nunca: hermosisisma!
Publicar un comentario